Crónica Negra de la II República


¿No tienes enemigos? ¿Es que jamás dijiste la verdad o jamás amaste la justicia? Santiago Ramón y Cajal.

19 de julio de 2012

El gran fraude del nacionalismo andaluz


Lo reconozco, he hecho de mi vida una cruzada. Las circunstancias y tal vez mi corazón parecen obligarme a ello. Una cruzada contra todo aquello que percibo exteriormente y que exacerba mis sentidos y los más elementales principios de la lógica. De esa lista de lo absurdo que me sonroja diariamente, lo último es el nacionalismo andaluz. Otra ideología que pretende abrirse paso, sin éxito por ahora, hacia los palios del poder. Como tal, también quiere imprimir en la sociedad andaluza su impronta adoctrinadora y “moldeadora” de voluntades. Y está avocada a ser la ideología oficial de Andalucía. Tanto debido al tiempo, tópicos y mitos que los propios andalucistas divulgan, como debido a la proclamación de su “inspirador”, Blas Infante Pérez de Vargas, por parte de las izquierdas como “Padre de la Patria Andaluza”. El propio Felipe González se ha referido a esa ideología (a ese nacionalismo o realidad andaluza) como algo que nadie en esta tierra sabe qué es. Tampoco te ilustras, leyendo a Blas Infante. En ese ejercicio se pierde uno por derroteros de novela protesta y reivindicaciones anacrónicas, y por  territorios de lo abastracto. Aunque de que recibiera tal galardón, tampoco es culpa suya.

Por ejemplo, Infante renegaba de Europa y más que nacionalista andaluz (que no se sabe lo que es) era “arabista”, un enamorado del mundo musulmán al que supeditaba Infante "la libertad" o el ser libres:

"Legiones raudas y generosas corren el litoral africano predicando la unidad de Dios.  El 'arroyo grande', que dijo Abu-Bekr, las separa de Andalucía. Ésta les llama. Ellos recelan. Vienen: reconocen la tierra y encuentran un pueblo culto atropellado, ansioso de liberación. Acude entonces Tarik (¡14.000 hombre solamente!). Pero Andalucía se levanta en su favor. Antes de un año, con el solo refuerzo de Muza (20.000 hombres), puede llegar a operarse por esta causa la conquista de España. Concluye el régimen feudalista germano. Hay libertad cultural. Andalucía entera aprende el árabe, y dice que se convierte. Poco después, Andalucía, ¡Andalucía libre y hegemónica del resto peninsular! ¡Lámpara única encendida en la noche del Medievo, al decir de la lejana poetisa sajona Howsrita! Europa germánica es un anfictionado, bárbaro, inspirado por el Pontífice de Roma. 'Nadie, ni aun los nobles, exceptuando al clero, sabía leer ni escribir. En Andalucía todo el mundo sabía'. No hay manifestación alguna cultural, que en Andalucía libre, no llegase a alcanzar una expresión suprema"


Para Blas Infante, porque a él le daba la gana, todos los andaluces teníamos que sentir iguales, no sólo ser iguales en el pensamiento, lo que supongo traería un conflicto porque para él España era Andalucía y Andalucía era España o algo así. O sea que todos los españoles teníamos que sentir iguales:
 “Nosotros no queremos ser solamente europeos. Nuestro método no sólo llega a excluir de la duda metódica al pensamiento, sino al sentimiento también. No decimos sólo 'Yo pienso: luego existo'. Esto es Europa. Y Andalucía es: pensar y sentir. He aquí la existencia. Si cada pensamiento no es el motor de una vibración sentimental humana; si cada pensamiento sentimental no es un motor de la razón pura, ¿en dónde está el hombre? ¿Adónde va el hombre? ¿A Detroit?".


Respecto a la musulmanidad de Blas Infante, que muchos querrán quitarle importancia y recluirlo al ámbito privado, se equivocan. Su conversión fue pública, así lo sugiere el filósogo Gustavo Bueno en un extracto de la web Por Andalucía Libre:

“(...) En efecto, quienes sin ser musulmanes ni frívolos, lleguen a constatar que el «Padre de la Patria andaluza» se hizo musulmán, tendrán que advertir que se enfrentan a una situación difícil de analizar. Pues esto plantea la cuestión de las conexiones que han de mediar entre las experiencias religiosas del prócer y su figura política. Sólo diciendo frívolamente que no tiene nada que ver podrán mantener intacto el reconocimiento del prócer como Padre de la Patria, declarando la inoportunidad de traer al escenario político las informaciones acerca de la vida privada que el protagonista pudo haber realizado fuera del escenario.
Pero, ¿quién puede afirmar que la conversión religiosa al Islam de Blas Infante fue un acto privado, llevado a cabo fuera del escenario político? Por de pronto, la conversión, o su manifestación ceremonial, no fue un acto privado sino público, y tuvo también su componente teatral: la conversión tuvo lugar en una mezquita y ante testigos musulmanes que acreditaron la metamorfosis espiritual del converso, que además tuvo la precaución constante de vincularse a la estirpe de los «antiguos moriscos» que expulsados de Andalucía por los Reyes de España, se refugiaron en Marruecos. Sólo cuando los andaluces no musulmanes, parlamentarios o votantes, lograsen mantenerse en estado de ignorancia sobre la circunstancia de la religión del Padre de su Patria, el problema estaría solucionado. Se habría logrado en la práctica la desconexión total de los dos hechos simples que constituyen el hecho complejo que analizamos.
Esta ignorancia estaría ayudada, en todo caso, por la discreción de quienes, «estando en el secreto», saben que no ha llegado el momento de la proclamación formal, porque a veces conviene mantener la fe en «Taquilla» –diríamos nosotros, «en el armario»– por motivos estrictamente prudenciales. Pero este mismo silencio o discreción está demostrando que efectivamente la conversión del prócer sí tendrá mucho que ver si se manifiesta ante el Parlamento andaluz y ante los andaluces en general. Todos verían que esa conversión sí tendría mucho que ver, y verían también que neutralizar el asunto por el procedimiento de desinteresarse simplemente de él, tendría mucho de ignorancia culpable.
Y la razón está en que precisamente la mayoría de los parlamentarios y de los ciudadanos en general son cristianos, y no musulmanes. Constituirá siempre para ellos un enigma, una paradoja, que el Padre de la Patria andaluza, católica en su inmensa mayoría, sea un musulmán. ¿No se seguiría de ello ninguna consecuencia práctica en la convivencia cotidiana? Todo el mundo sabe que la fe musulmana no puede ser encerrada en el interior de la piel que envuelve a un «estuche corpóreo». El musulmán educará a sus hijos en una fe distinta de la cristiana; habrá que resolver situaciones derivadas de los matrimonios mixtos. ¿Y por qué no hablar de los asuntos cotidianos relativos al convivium? ¿No resultaría paradójico que pudiera verse al Padre de la Patria andaluza torciendo el gesto, o volviendo la cabeza, cuando y constantemente los andaluces se dedican a preparar y a consumir uno de sus productos más preciados, el jamón de Jabugo, o los derivados del cerdo en general? ¿Quién, de esta inmensa mayoría, podría invitar a comer a su casa al Padre de la Patria, o a sus correligionarios, sin cuidarse de cambiar sus platos y manteles? Y todos aquellos que actúan en las cofradías de Semana Santa, o en la romería del Rocío, ¿cómo podrían no advertir que sus ceremonias estarán siendo severamente juzgadas por el Padre de su Patria, que, según la creencia de una gran mayoría, les mirará, en el mejor caso, desde un Cielo cristiano?
Es decir, todo el mundo comprenderá que la conversión al Islam del «Padre de su Patria» no puede entenderse como asunto de puertas adentro, puesto que es desde «sus adentros» desde donde el musulmán Padre de la Patria seguirá mirando con disgusto a sus hijos politeístas, por mucho que sobrelleve su disgusto esperando a los tiempos de rectificación de sus hijos descarriados por las circunstancias históricas. Es decir, por la conquista (no la reconquista) de Andalucía por parte de unos bárbaros del Norte que se habían convertido, desde los tiempos del rey Recaredo, al cristianismo. Si, por lo menos, hubieran permanecido arrianos, se habría mantenido una mayor proximidad con Mahoma (a quien muchos historiadores de las herejías cristianas consideran arriano, al no reconocer la divinidad de Cristo, sin perjuicio de reconocer sus virtudes humanas). La proximidad que mantuvo Elipando, por ejemplo, el obispo adopcionista de Toledo, que por ello se enfrentó al «fétido antifrasio Beato» que vivía en la corte del rey Alfonso II de Oviedo.
En resumen, Andalucía, al erigir a un musulmán como Padre de la Patria, tendría que saber que ella, en la medida que es contemplada por él o por sus correligionarios, ya no puede ser la Andalucía española histórica cotidiana, la que convive con millones de españoles de otras regiones, con los cuales intercambian bienes y servicios. Desde la visión de un Padre de la Patria convertido al Islam, los toros bravos, el jamón de pata negra, el vino, los pasos de Semana Santa, la romería del Rocío, la familia monógama y el régimen de herencia, la fiesta del domingo o de otros muchos días del año, así como la propia idea de persona, tendrían que comenzar a ser contemplados de otro modo. Porque el Islam, decía Blas Infante en uno de sus manuscritos inéditos, «no es sólo espiritual, es también movimiento, vivir no es solamente una idea, sino un conocimiento, y este conocimiento es nuestra experiencia de Al-Andalus en su época de esplendor». Pero en los mercados de aquella época de esplendor no había jamones de pata negra, ni sus templos tenían campanas, ni los domingos eran días de fiesta, ni por sus calles podían pasear imágenes de la Virgen María y su hijo.
¿Cómo podría reconocerse la Andalucía que busca hoy organizarse a través de un Estatuto en esa Andalucía medieval (aunque se la llame Al-Andalus, aludiendo a una época de esplendor más o menos mítica) propuesta por el Padre de la Patria andaluza? La Andalucía de hoy es cristiana, religiosa y culturalmente. Pero el Padre de la Patria le pide, desde su experiencia íntima, que deje de serlo, y no en nombre de un racionalismo europeísta, o de un laicismo similar al que la Segunda República predicó, y a la que Infante se adhirió desde el primer momento, sino en nombre del islamismo. Blas Infante dejó dicho: «El Profeta de nuestros antepasados, de Al-Andalus... como todos los profetas, será nuestro Profeta.»”

Pero hay mucho más oculto, sombrío y silenciado en las biografías oficiales y oficialistas de Blas Infante Pérez de Vargas (líder por la gracia de la progresía de izquierdas, nacionalistas andaluces y de la derecha opositora andaluza, del "andalucismo andaluz"). Numerosos familiares suyos fueron asesinados en su pueblo natal por los marxistas durante su dominación en la Guerra Civil.
Cartel electoral de 1933, donde aparecen Blas Infante y su primo Leocadio Pérez de Vargas y Quirós, hermano de uno de sus familiares  fusilados por los marxistas en Casares.

Continuará...

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